SOBRE LAS ARENAS DE ESTAMBUL
Yo no nací en el Mediterraneo, yo naci en Estambul. Una tierra para mi sagrada al igual que para todos lo son sus paises y regiones donde vieron por primera vez la luz del sol, donde vivieron, donde tienen parte de sus familias y pequeños o grandes fragmentos de recuerdos y cosas que quedaron allí. Las personas aman sus lugares de origen, siempre los extrañarán aunque se encuentren lejos. La patria chica es la que más se quiere, se extraña y a veces se trata de reconquistar en un momento dado. Siempre queremos regresar al terruño. Y aunque no lo logremos, lo añoramos profundamente. Todo esto rebasa el sentido del patriotismo, el amor a una bandera o un himno nacional. Pareciese ser que el sitio, el territorio, la idiosincracia o las costumbres son una parte indesprendible de nuestro yo, así como lo es tu hígado, tus riñones o tu corazón. Pareciese ser que pertenecen a nuestro yo trascendental e infinito. Existe un vínculo extraño e indisoluble, por eso es que un extranjero jamás se siente ni se sentirá igual en un lugar lejano al de su casa.
“Asia a un lado, al otro Europa, y allí enfrente Estambul”. Así reza un poema latinoamericano que recuerdo con cariño.
Existen tantos y tantos que viven lejos del lugar que les vió nacer como si esto fuese una maldición, un castigo divino y yo digo que no, que no debe ser así, que nadie debe ser exiliado en contra de su voluntad por una fuerza imperiosa y ajena a la voluntad humana. Extraño mi país, porque mi esencia son las arenas del desierto, yermas y estériles, pero en fin, las arenas de mi pueblo. Amo las calles de mi ciudad, su música, los niños y los ancianos afables y no. A las madres regañonas que siempre las hay, las hubo y por siempre las habrá.
Expresiones de Júbilo en las fiestas y las melodías que en otros horizontes son distintas. Son añoranzas; jamás son olvido. Amo a Estambul.
Yo no nací en el Mediterraneo, yo naci en Estambul. Una tierra para mi sagrada al igual que para todos lo son sus paises y regiones donde vieron por primera vez la luz del sol, donde vivieron, donde tienen parte de sus familias y pequeños o grandes fragmentos de recuerdos y cosas que quedaron allí. Las personas aman sus lugares de origen, siempre los extrañarán aunque se encuentren lejos. La patria chica es la que más se quiere, se extraña y a veces se trata de reconquistar en un momento dado. Siempre queremos regresar al terruño. Y aunque no lo logremos, lo añoramos profundamente. Todo esto rebasa el sentido del patriotismo, el amor a una bandera o un himno nacional. Pareciese ser que el sitio, el territorio, la idiosincracia o las costumbres son una parte indesprendible de nuestro yo, así como lo es tu hígado, tus riñones o tu corazón. Pareciese ser que pertenecen a nuestro yo trascendental e infinito. Existe un vínculo extraño e indisoluble, por eso es que un extranjero jamás se siente ni se sentirá igual en un lugar lejano al de su casa.
“Asia a un lado, al otro Europa, y allí enfrente Estambul”. Así reza un poema latinoamericano que recuerdo con cariño.
Existen tantos y tantos que viven lejos del lugar que les vió nacer como si esto fuese una maldición, un castigo divino y yo digo que no, que no debe ser así, que nadie debe ser exiliado en contra de su voluntad por una fuerza imperiosa y ajena a la voluntad humana. Extraño mi país, porque mi esencia son las arenas del desierto, yermas y estériles, pero en fin, las arenas de mi pueblo. Amo las calles de mi ciudad, su música, los niños y los ancianos afables y no. A las madres regañonas que siempre las hay, las hubo y por siempre las habrá.
Expresiones de Júbilo en las fiestas y las melodías que en otros horizontes son distintas. Son añoranzas; jamás son olvido. Amo a Estambul.