Como recompensa por las notas obtenidas a fin de curso, Ibai, aspirante a escritor, espera recibir un gran regalo. Sin embargo, la emoción inicial se convierte en decepción al saber que, la sorpresa que le han preparado sus padres, no tiene que ver con parques de atracciones o con viajes al extranjero. Viajará, sí, pero al pueblo de sus abuelos ya fallecidos. Un viaje a las raíces de su familia paterna, que Ibai entiende más como un castigo que como una recompensa. Un pueblo que ve con cierta resignación cómo sus casas se van derrumbando y los habitantes son cada vez menos y más mayores.
No obstante, lo que se presentaba como un viaje aburrido y solitario, cambia totalmente al conocer a Julia, hija de una amiga de su padre que reside en el pueblo y gran conocedora de la naturaleza y a Teresa, aficionada a la fotografía quien, al igual que Ibai, ha ido al pueblo para pasar el verano.
Al poco de conocerse descubren que, bajo una de las lápidas del cementerio, reposa el único cadáver por el que nadie ha derramado una lágrima. Este hallazgo saca a la luz un secreto que todo el pueblo guarda celosamente desde hace años. ¿Por qué su muerte no afectó a nadie? ¿Qué es lo que hizo esta persona para merecer tan poco afecto? En su empeño por responder a ésta y otras preguntas, se encontrarán con la oposición de los habitantes del pueblo. Algunos de ellos como Germán, el enterrador, incluso están dispuestos a llegar a la violencia con tal de que este misterio quede en el olvido.
Pero eso no supondrá un impedimento para los tres protagonistas. En su empeño por saber la verdad descubrirán, además del valor de la amistad y la importancia de mantenerse unidos ante las adversidades, otro misterio que afecta a directamente Julia y que Julia lleva con resignación.
Una historia repleta de secretos, muestras de amistad y misterios que se resisten a ser resueltos, contada por Ibai en primera persona, que atrapa al lector desde las primeras páginas.
No obstante, lo que se presentaba como un viaje aburrido y solitario, cambia totalmente al conocer a Julia, hija de una amiga de su padre que reside en el pueblo y gran conocedora de la naturaleza y a Teresa, aficionada a la fotografía quien, al igual que Ibai, ha ido al pueblo para pasar el verano.
Al poco de conocerse descubren que, bajo una de las lápidas del cementerio, reposa el único cadáver por el que nadie ha derramado una lágrima. Este hallazgo saca a la luz un secreto que todo el pueblo guarda celosamente desde hace años. ¿Por qué su muerte no afectó a nadie? ¿Qué es lo que hizo esta persona para merecer tan poco afecto? En su empeño por responder a ésta y otras preguntas, se encontrarán con la oposición de los habitantes del pueblo. Algunos de ellos como Germán, el enterrador, incluso están dispuestos a llegar a la violencia con tal de que este misterio quede en el olvido.
Pero eso no supondrá un impedimento para los tres protagonistas. En su empeño por saber la verdad descubrirán, además del valor de la amistad y la importancia de mantenerse unidos ante las adversidades, otro misterio que afecta a directamente Julia y que Julia lleva con resignación.
Una historia repleta de secretos, muestras de amistad y misterios que se resisten a ser resueltos, contada por Ibai en primera persona, que atrapa al lector desde las primeras páginas.