"Cuando el objeto ya no está, / cuando los actos mueren / queda aún la palabra que los nombra, fantasma / de presencias que se disuelven. / Envuelto en esta herencia nos llega el tiempo". La palabra de José Emilio Pacheco nos lega su tiempo, la sucesión modesta de lo que vivió. Pero al recuperarse en su palabra, este tiempo deja de ser meramente anecdótico y crece; se vuelve inmenso. Es tiempo reflexivo y convierte el instante en parte de la historia; es tiempo imaginativo y hace que en la historia se abra el haz de las versiones que no ha cumplido, pero sin dejar nunca de ser tiempo precioso porque aunque se recuerde con tierna minucia, no puede recuperarse: "Cómo volver a ese lugar que ya no está. / Imposible encontrarlo".
A José Emilio Pacheco le habla la memoria, pero también se le revela la naturaleza mediante una observación penetrante, paciente, al mismo tiempo terrible y maravillosa: "El erizo nunca se ha visto. / No se conoce a sí mismo". En su poesía la naturaleza no es algo que esté más allá de nosotros sino que, como el tiempo, nos incluye, y como la historia, nos juzga. La ética no es un invento filosófico, es la consecuencia del rigor poético.
"No hay sinónimos / existe nada más el término exacto, / una palabra para cada cosa. Debe ceñirse, / como la piel al cuerpo, a lo que nombra". Una palabra que puede ser una de las que José Emilio Pacheco hizo suyas, trabajándolas a lo largo de las décadas ¬–todo, mundo, noche, tierra, tiempo, vida– o las palabras que oye decir a otros y hace que ardan, compartidas, en su propia página. Otros: Virgilio, Bernal, Francisco de Terrazas, Sor Juana, Flaubert, Juan de Dios Peza, Rilke, López Velarde, Rokha, Rulfo, Poniatowska... Pero también toma palabras nuestras. Las nuestras pero lavadas. Las nuestras como tendrían que ser, para ser siempre.
En esta antología generosa prologada por Jorge Fernández Granados, están todos los registros de nuestro gran poeta, del que vivió siempre desde la literatura: el poema brevísimo de un solo verso y los poemas en prosa, sus trabajos tempranos y los últimos que dio a la imprenta; al leerlo junto, siempre encontramos su voz y siempre nos encontramos gracias a esa voz.
A José Emilio Pacheco le habla la memoria, pero también se le revela la naturaleza mediante una observación penetrante, paciente, al mismo tiempo terrible y maravillosa: "El erizo nunca se ha visto. / No se conoce a sí mismo". En su poesía la naturaleza no es algo que esté más allá de nosotros sino que, como el tiempo, nos incluye, y como la historia, nos juzga. La ética no es un invento filosófico, es la consecuencia del rigor poético.
"No hay sinónimos / existe nada más el término exacto, / una palabra para cada cosa. Debe ceñirse, / como la piel al cuerpo, a lo que nombra". Una palabra que puede ser una de las que José Emilio Pacheco hizo suyas, trabajándolas a lo largo de las décadas ¬–todo, mundo, noche, tierra, tiempo, vida– o las palabras que oye decir a otros y hace que ardan, compartidas, en su propia página. Otros: Virgilio, Bernal, Francisco de Terrazas, Sor Juana, Flaubert, Juan de Dios Peza, Rilke, López Velarde, Rokha, Rulfo, Poniatowska... Pero también toma palabras nuestras. Las nuestras pero lavadas. Las nuestras como tendrían que ser, para ser siempre.
En esta antología generosa prologada por Jorge Fernández Granados, están todos los registros de nuestro gran poeta, del que vivió siempre desde la literatura: el poema brevísimo de un solo verso y los poemas en prosa, sus trabajos tempranos y los últimos que dio a la imprenta; al leerlo junto, siempre encontramos su voz y siempre nos encontramos gracias a esa voz.