En esta serie de libros cristianos, José Gallegos nos motiva a reflexionar adentrándonos en el mundo de Brenda una joven que estudia el primer año de preparatoria, mientras ella vive la rutina diaria normal de una chica de su edad, los eventos que ocurrirán cambiaran por completo su concepto de la fe en Dios y con ello sus pensamientos,su vida y la de su familia y con ello encontrar una verdadera motivación interior y una nueva razón para vivir.
Extracto:
En el pórtico de la escuela hay un enorme listón negro. Inmediatamente pienso en el maestro de inglés, es de las personas más viejas que conozco; tuvo que ser él quien ha muerto. Al entrar, advierto que en la escuela todo parece haberse detenido, la mayoría de los alumnos están afuera de las aulas. Se respira un aire pesado. En los pasillos hay compañeras llorando y chicos llevándose las manos a la cabeza, se les ve el miedo y la tristeza en sus caras. No logro comprender la conmoción.
Me detengo donde están algunos de mis maestros que, con cara seria, platican bajito como si contaran un secreto. -Sebastián ha muerto- le escucho decir a uno de ellos. Las palabras me golpean el corazón. Es cuando me entero de lo que ha pasado: ayer, durante el entrenamiento vespertino de fútbol americano, Sebastián recibió un duro golpe en la cabeza y quedo sin vida sobre el campo de fútbol; no se pudo recuperar. Dicen que el coach Wallen esta devastado, uno de los suyos ha muerto.
Parece imposible solo pensarlo, ¿Por qué alguien tan joven muere solo así, tan repentinamente? Me recorre un calosfrío, apenas ayer lo ví en la entrada de la escuela, platiqué un poco con el, hablábamos de juntarnos en casa de Aaron a preparar un trabajo en equipo, estaba sonriente...me siento confusa, no sé bien qué pensar, o qué sentir. El trayecto de la entrada de la escuela al salón de clases nunca fue tan largo y solitario. No he visto a ninguno de mis amigos. ¿Dónde están Darío, Yara, Catalina y los demás?
-¡Brenda¡- me gritan. Por fin una voz amiga. Es Darío. Nos abrazamos, nos preguntamos cómo estamos, intercambiamos impresiones, pero no lloramos. Sebastián iba en nuestro salón y pertenecía a nuestro círculo íntimo, y aunque nadie más de nuestro grupo estaba en el equipo de americano, igual era nuestro amigo y lo acompañamos a algunos de sus juegos. Su ausencia nos duele. Queremos ir al funeral, a pesar de no saber si tendremos el valor suficiente para enfrentar tal situación. No sabemos muy bien que nos vamos a encontrar allí. Le confieso a Catalina que nunca he estado en un funeral, que me angustia el hecho de tener que ver a Sebastián dentro del ataúd. Pero Darío esta muy serio y no dice nada, se ve bastante afligido.
No sé que tengo, pero mis amigos siempre recurren a mí para contarme sus cosas. Quieren ser escuchados o recibir algún consejo. Esta vez no fue la excepción. Darío me cuenta que ayer durante clases hizo bullying a Sebastián por ser bajito y jugar en americano. –Ni siquiera quería hacerlo, sabes. Lo hice sólo para quedar bien con los demás chicos, me dice. Se siente mal por lo sucedido. Está avergonzado, tiene los ojos llenos de lágrimas. La verdad es que no sé bien que decirle; así que lo abrazo y lo único que le digo es que todo va a estar bien, que Sebastián sabía que lo apreciaba y que era su amigo. A pesar de mis torpes palabras Darío logra calmarse un poco.
Extracto:
En el pórtico de la escuela hay un enorme listón negro. Inmediatamente pienso en el maestro de inglés, es de las personas más viejas que conozco; tuvo que ser él quien ha muerto. Al entrar, advierto que en la escuela todo parece haberse detenido, la mayoría de los alumnos están afuera de las aulas. Se respira un aire pesado. En los pasillos hay compañeras llorando y chicos llevándose las manos a la cabeza, se les ve el miedo y la tristeza en sus caras. No logro comprender la conmoción.
Me detengo donde están algunos de mis maestros que, con cara seria, platican bajito como si contaran un secreto. -Sebastián ha muerto- le escucho decir a uno de ellos. Las palabras me golpean el corazón. Es cuando me entero de lo que ha pasado: ayer, durante el entrenamiento vespertino de fútbol americano, Sebastián recibió un duro golpe en la cabeza y quedo sin vida sobre el campo de fútbol; no se pudo recuperar. Dicen que el coach Wallen esta devastado, uno de los suyos ha muerto.
Parece imposible solo pensarlo, ¿Por qué alguien tan joven muere solo así, tan repentinamente? Me recorre un calosfrío, apenas ayer lo ví en la entrada de la escuela, platiqué un poco con el, hablábamos de juntarnos en casa de Aaron a preparar un trabajo en equipo, estaba sonriente...me siento confusa, no sé bien qué pensar, o qué sentir. El trayecto de la entrada de la escuela al salón de clases nunca fue tan largo y solitario. No he visto a ninguno de mis amigos. ¿Dónde están Darío, Yara, Catalina y los demás?
-¡Brenda¡- me gritan. Por fin una voz amiga. Es Darío. Nos abrazamos, nos preguntamos cómo estamos, intercambiamos impresiones, pero no lloramos. Sebastián iba en nuestro salón y pertenecía a nuestro círculo íntimo, y aunque nadie más de nuestro grupo estaba en el equipo de americano, igual era nuestro amigo y lo acompañamos a algunos de sus juegos. Su ausencia nos duele. Queremos ir al funeral, a pesar de no saber si tendremos el valor suficiente para enfrentar tal situación. No sabemos muy bien que nos vamos a encontrar allí. Le confieso a Catalina que nunca he estado en un funeral, que me angustia el hecho de tener que ver a Sebastián dentro del ataúd. Pero Darío esta muy serio y no dice nada, se ve bastante afligido.
No sé que tengo, pero mis amigos siempre recurren a mí para contarme sus cosas. Quieren ser escuchados o recibir algún consejo. Esta vez no fue la excepción. Darío me cuenta que ayer durante clases hizo bullying a Sebastián por ser bajito y jugar en americano. –Ni siquiera quería hacerlo, sabes. Lo hice sólo para quedar bien con los demás chicos, me dice. Se siente mal por lo sucedido. Está avergonzado, tiene los ojos llenos de lágrimas. La verdad es que no sé bien que decirle; así que lo abrazo y lo único que le digo es que todo va a estar bien, que Sebastián sabía que lo apreciaba y que era su amigo. A pesar de mis torpes palabras Darío logra calmarse un poco.