En muchas ocasiones los cantos rodados, golpean a los vehículos que transitan, pero las peores situaciones de peligro, suelen darse, cuando algunas de las ruedas –por su peso o por el sitio inadecuado que pisan en las rodadas- hacen ceder al terreno: reblandecido por las lluvias, los humedales y las continuas lluvias. El desnivel del terreno, o firme de la calzada terriza, siempre muestra las ondulaciones y las piedras hincadas, sobresaliendo en las partes más blandas del terreno; en muchas ocasiones los bordes laterales se levantan, formando camellones, donde la tierra es más blanda o no está tan compactada, formando el centro grandes charcos de agua, cuando la lluvia es persistente. El continuo deterioro de los bordes de la carretera debido a las inclemencias del tiempo: hacen sospechar, en muchas de las ocasiones, no sólo de un terreno resbaladizo y angosto, sino de que: encierra una inestabilidad permanente, muy difícil de calcular y si será capaz de sostener el peso del vehículo que se pretende pasar por encima; esta misma inestabilidad, se trasmite a los conductores, en sus propias decisiones a tomar y si no se es muy experto, por haberla circulado en otras ocasiones: las actuaciones personales, también pueden resultar peligrosas. En algunas ocasiones: hasta se puede notar, como el terreno del lado del terraplén, va cediendo al paso de las ruedas, de cualquier camión cargado o que no tomó bien la curva correspondiente y el mayor peligro –si no sale rodando, cuando se produce esto- es: que se pare en su lento caminar, porque entonces se estancará y patinará sobre el borde, deteriorando mucho más sobre el borde que cedió y aún: será mucho más peligroso, salir del atolladero. Sorprende sobremanera –la sangre fría que tienen todos los bolivianos de los alrededores, que suelen transitar aquellos barrancos con cierta frecuencia; ni tan siquiera se inmutan ante tanto peligro. Algunos tramos de la calzada o la denominada La Carretera de la Muerte y de la coca, es comparable a salir vestido con una armadura de acero en un día de tormenta eléctrica. Los precipicios son tan palpables, que el peligro casi se mastica, como si fuese un chicle y los nervios se tensan, apretando nuestros músculos contra el asiento y nuestras manos se tensan, como palancas ancladas al bastidor de la puerta de la cabina, cogiendo con fuerzas cualquier punto de apoyo, que pueda distraer nuestra mente de esos momentos tan visibles de peligro. En muchas ocasiones –quizás más de las debidas- las cornisas, que forman algunos tramos de la calzada: se asoman a los abismos, por encima de las nubes, trasladándote a otros mundos desconocidos, como si viajases en avión, con el gran inconveniente de que los coches, no suelen llevar alas, para levantar el vuelo, en el supuesto de que se salgan de la carretera. El desnivel existente en estos tramos terrizos de enorme peligro llega a ser muy cercano a los 4.000 metros sobre el nivel del mar, aunque se sube y se baja en muchos tramos de la carretera, para ir pasando de unas serranías a otras y es muy difícil apreciar a la altura que nos encontramos, si no nos fijamos muy detalladamente en las cumbres o en las nubes.
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